martes, 8 de febrero de 2011

Don Genaro- VENDIDO


Títere de mano- (VENDIDO)

Don Genaro fue el almacenero del barrio desde que tengo memoria. ¡Pero ojo, que no cualquier almacenero madrugaba con semejante sonrisa para abrir el negocio! Y mientras silbaba algún tango que se le viniera a la mente, baldeaba la vereda, para que las hojas del plátano no estorbaran a los locales.
Cualquiera que ingresara al almacencito era ya considerado amigo de la casa, porque la verdad es que rara vez entraba clientela nueva, y si así era el caso, se lo llamaba “amigo” de todos modos, para no hacerlo sentir fuera del asunto. Tal es así, que muchos entraban sólo para charlar un rato, como si fuera una segunda casa.
El interior era de lo más colorido: caramelos en los estantes del medio, galletitas surtidas en latas, para venta al peso… Sucede que de noche, los productos, sus compañeros de todos los días, cambiaban de sitio por diversión y para sorprenderlo. Podía el buen hombre encontrar las mermeladas con las harinas, los fideos con las lentejas, e incluso, la sal con el aceite. Muy divertido era escuchar, al día siguiente,  cómo relataba sus sorpresas al entrar al local.
Pero existió un mal día, en que Don Genaro se enfermó, y su almacén, de a poco se fue destiñendo.
Sus góndolas cada vez quedaban más vacías, y si quieren mi opinión, el problema comenzó cuando sus productos comenzaron a cambiar sus fechas de vencimiento para quedarse en el almacén por más tiempo. ¿Cómo? ¡Para que no los vendieran!
Familiares y amigos, no entendían lo que sucedía, entonces le fueron a consultar, qué lo había impulsado a comprar alimentos en mal estado: si tenía deudas, si fue para abaratar costos…
Al escuchar esto, Don Genaro se indignó, pero al fin entendió que no había tenido oportunidad de despedirse de su compañía diaria, los productos del almacencito. Entonces tomó el lápiz de detrás de su oreja derecha y les escribió una carta muy corta, en donde les decía, que se encontraba bien, y que no se hicieran mala sangre porque en muy poquito tiempo, se iban a reencontrar.
Los vecinos se encargaron de llevar la carta por la noche, como Genaro les había indicado. A la mañana del día siguiente, algo mágico sucedió. Todo estaba nuevamente impecable y colorido, con una nota sobre el mostrador que decía: Desearíamos que estuvieras aquí, por eso te esperamos con alegría.

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